Soberanía de datos: reto y oportunidad para la archivística

Remei Perpinyà Morera

Dra. en Historia, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona y de la ESAGED

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«Todos los datos que conforman nuestras vidas pueden ser archivados, comunicados y procesados en un gigantesco hipertexto: el panóptico digital» (Castells, M. “El panóptico digital”. La Vanguardia dossier, 2017, núm. 63). La cantidad de datos que actualmente se genera es inmensa, tanto por la constante creación de contenidos, como por los datos recogidos de las transacciones de estos contenidos. Es lo que se conoce con el nombre de datos masivos y que se define como un fenómeno relacionado con la producción, el consumo, la recopilación y el análisis de grandes colecciones de datos producidos por una gran variedad de fuentes, que circulan a gran velocidad y que generan valor, tanto para las empresas como para las instituciones públicas.

El fenómeno de los datos masivos está modificando la forma de generar conocimiento, la toma de decisiones, la economía y las empresas y -por supuesto- el sistema de organización político-social. Hay una visión positiva de este cambio: sin duda, es una oportunidad para el negocio, para la administración pública y para la investigación, puesto que genera nuevos conocimientos y permite tomar decisiones predictivas y no reactivas. Pero también hay una visión crítica que alerta de que el panóptico digital al que aludía Castells es un mundo lleno de incertidumbres, que hace a las personas vulnerables porque viven en casas de cristal (Peirano, Marta. ¿Por qué nos vigilan, si no hay nadie? . 2015).

Esto es así porqué su vida está registrada en decenas de centros de datos en manos de empresas privadas monopolistas que hacen un uso lucrativo. También las hace vulnerables, porqué delegan en los algoritmos su capacidad de decisión, confiando en la habilidad de la inteligencia artificial para tomar mejores decisiones dado que los algoritmos nos conocen más que nosotros mismos (Harari, Y. N. Homo deus: breve historia del mañana. Barcelona: Debate, 2016). Pero estos algoritmos no son neutros: invisibilizan a las minorías y favorecen los discursos imperantes y, por tanto, aumentan las desigualdades sociales (O’Neil, C. Armas de destrucción matemática: cómo el big data aumenta la desigualdad y amenaza la democracia. Madrid: Capitán Swing, 2017).

Las personas deben recuperar el control sobre sus datos

En un contexto tan complejo, el control de los datos y el agente que lo ejerce son aspectos claves y estratégicos. Ejercer la soberanía de datos, es decir gobernar los datos, implica ir más allá de la soberanía tecnológica, centrada en el uso de software no propietario y de código libre, en la interoperabilidad y en el uso de formatos estándares; y abarca también los aspectos identitarios, metodológicos, de gestión y legales de estos datos. Sin olvidar la necesidad de introducir aspectos éticos y de responsabilidad social en su gobernanza. Su gestión involucra a todos: a la administración, a la sociedad y las personas, porque todas estas entidades son parte interesada (término que en inglés se conoce como stakeholders).

La archivística y su importancia decisiva en la soberanía de datos

Los datos se han tratado como un producto y como un bien de producción, pero es necesario introducir una perspectiva «archivística» y ética a su gobernanza que tenga presente que son las personas las productoras de la mayor parte de estos datos, que han cedido, inconscientemente, sus «archivos» personales a la esfera pública. Los datos registran acciones, decisiones y memoria de las personas y las organizaciones, tal y como lo hacen también los documentos tradicionales. Estos datos, pues, requieren un control: determinar cuáles se archivarán, analizar la fiabilidad y la autenticidad para asegurar que sean confiables, gestionar su ciclo de vida, evaluar su valor testimonial, informativo y de investigación, determinar su periodo de conservación, planificar su conservación a medio y largo plazo y delimitar su uso. En definitiva, aplicar la metodología archivística para preservar su valor y el significado, y asegurar que son fuentes fiables de información que garantizan la seguridad y la transparencia de las actuaciones administrativas de las organizaciones y que aseguren la conservación de una memoria individual y colectiva, autentica, diversa y plural.

Para hacer frente a estos nuevos retos será necesario plantearse nuevas cuestiones, de las que destaco cuatro. En primer lugar, hay que armar los fundamentos teóricos de la archivística y repreguntar constantemente cuál es la función social de los archivos: ¿Hasta qué punto se puede aplicar el principio de procedencia en contexto de información distribuida y compartida? ¿Cómo cambia el concepto de productor en el nuevo mundo? ¿A quién pertenecen los datos, a su creador o los servidores que ponen los medios? ¿Qué memoria queremos conservar?

En segundo lugar, se debe formar «archiveros de datos» capaces de entender el mundo digital y aplicar las innovaciones tecnológicas en la gestión de la información y los datos; y capacitarlos para el aprendizaje autónomo a lo largo de su vida profesional. En tercer lugar, hay que abrir los archivos a la nueva información y prepararlos para ser capaces de gestionar estos datos. Finalmente, hay que introducir en los programas de alfabetización informacional dirigidos al público en general los aspectos de gestión personal de los datos.

En definitiva, los datos masivos son a la vez un reto y una oportunidad para la archivística dado que sitúan al «Archivo» en el centro del negocio. Ahora el archivo tiene una calidad transformadora innegable y esto hace necesario introducir un nuevo paradigma que, además de la soberanía tecnológica, tenga en cuenta una gobernanza global y haga partícipe a la sociedad para determinar que se archiva y cómo se usa de manera ética y cívica.

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